Hay una idea que, formulada de diferentes maneras, ha ido planeando en escritos y declaraciones de autores tan diferentes como Baudelaire, Saint-Exupery, Delibes o Rilke: es la idea de que la patria de uno, la verdadera patria, es la infancia. La formularon diciendo “mi patria es mi infancia”, “la verdadera patria del hombre es la infancia” o “la infancia es la patria común de todos los mortales”. No importa. Lo que todas estas oraciones expresan es la enorme trascendencia que los primeros años de vida tienen en la persona; es la época vital en la que se formará física y psicológicamente, y cuyas consecuencias y recuerdos determinarán el resto de la vida. Por eso dicen los escritores que ese, y no otro, es el lugar al que pertenecemos y que nos marcará para siempre.
La idea de que vivir una infancia digna y feliz debe ser un derecho universal es reciente. De hecho, fue en 1959, un 20 de noviembre como hoy, cuando la Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, un texto muy general que se concretó años después (otro 20 de noviembre, el de 1989) en la Convención sobre los Derechos del Niño. Con el paso de los años, diferentes organizaciones internacionales y ONG se han centrado en mejorar las condiciones de vida de los niños y niñas en aquellos países donde, por motivos económicos, políticos o sanitarios, se ven privados de la posibilidad de disfrutar de una infancia con todas sus garantías.
En el caso de Senegal, el 58% de la población es menor de 20 años, por lo que la atención a este sector es fundamental para el futuro del país. Desde sus comienzos en 2009, Da Man ha tenido claro que ese sería uno de sus principales ámbitos de trabajo. Entre los problemas detectados en lo que a infancia se refiere, el equipo de la organización encontró unas tasas elevadas de mortalidad infantil y desnutrición, así como de muertes durante el parto. Más allá del terreno sanitario, el acceso a la educación de los niños era prácticamente imposible debido a la falta de medios y a la distancia entre los poblados y Touba Merina, la localidad en la que se encontraba el centro educativo de referencia. Con datos como estos, parece que el derecho a la infancia se había quedado allí, como en tantos otros lugares del planeta, en una mera utopía. Sin embargo, el trabajo de Da Man ha permitido un cambio radical en la situación, un giro que se ha materializado en la mejora de las condiciones desalud
de la población y la construcción de una escuela con el compromiso local de educar a los niños y niñas de estas comunidades. La descripción pormenorizada de estos avances está accesible a través de su página web.
Gracias al trabajo de organizaciones como Da Man, la mejora de la situación global de la infancia en los últimos 25 años ha sido enorme. Sin embargo, lo cierto es que todavía queda mucho trabajo por hacer para desterrar definitivamente lacras como la violencia contra los niños y niñas, la explotación infantil, el abuso sexual, la desnutrición, la imposibilidad de acceso a la educación, el matrimonio infantil, la participación en guerras… La lista es todavía demasiado larga, como excesivo es también el número de niños y niñas que deben crecer al margen de derechos tan básicos como la educación, la alimentación o la salud. Para todo ello, por todos ellos, la concienciación global y la puesta en marcha de programas eficaces es imprescindible. Porque, siguiendo la idea de aquellos escritores, no hay patria que deba protegerse más que la infancia.